sábado, 9 de marzo de 2013
VLADIMIR PUTIN por Denes Martos
El personaje
Aparte de lo que dicen los titulares de los diarios, es relativamente poco lo que se sabe de Vladimir Putin fuera de Rusia. Es una verdadera lástima, porque el hombre es todo un personaje. Imagínense un KGB, abogado, con una tesis final en Derecho Internacional, experto en política internacional, cristiano ortodoxo ruso practicante [1], que además es cinturón negro de yudo y karate [2], pilotea autos de Fórmula 1 a 240 Km por hora sobre una pista mojada [3], aviones militares a todo lo que den las turbinas o aviones-tanque para apagar incendios[4]; practica buceo, caza tigres y osos con un rifle de dardos tranquilizantes, anda en moto [5], se halla en excelente condición física y tiene, cuando quiere, una sonrisa compradora [6]; toca el piano y hasta sabe cantar si tiene ganas y se lo piden [7]. Una mezcla algo inquietante. Irresistible para algunos. Pero ése es Putin. El nuevo (de nuevo) presidente de Rusia. Elegido por voto popular. Con un proceso algo zarandeado en la prensa occidental pero electo al fin.
Dejando de lado por ahora la cuestión de cuántos lo votaron, la pregunta es: ¿por qué lo votaron?
Putin y Rusia
La respuesta no es sencilla y obliga a simplificar, pero por de pronto Putin le devolvió a los rusos el orgullo de ser rusos; un orgullo que estaba por el piso luego del derrumbe de la Unión Soviética. Después de ese colapso, que fue aprovechado por la increíblemente corrupta cleptocracia instaurada por Boris Yeltsin, el ruso promedio sintió que en muy pocos años había pasado de ciudadano de una potencia mundial a ser el miembro descartable de una mafia despreciada por todo el mundo. O mejor dicho: a ser el miembro descartable de una de las tantas mafias que se peleaban entre sí para decidir quién se quedaría con el botín que representaba el remanente de lo que todavía quedaba de la URSS.
Después de eso vino Putin y, en realidad, no hizo nada milagroso. Sencillamente puso Rusia a funcionar. Los sueldos comenzaron a pagarse con razonable puntualidad. El saqueado país comenzó a reconstruirse y los rusos empezaron a prosperar. Algunos incluso en forma algo exagerada, cosa que – obviamente – les sirvió de argumento a los nostálgicos del comunismo soviético, lo cual explica bastante bien el casi 20% de votos obtenido por el candidato del PC ruso actual, Gennadi Zhuganov. Pero si para Zhuganov los nuevos ricos son demasiados (o demasiado ricos), para el multimillonario liberal Mikhail Projorov resultan ser demasiado pocos (o demasiado poco ricos); aunque con ese argumento los demoliberales rusos de Projorov no llegaron demasiado lejos. Solo alcanzaron un escaso 7.82% en las últimas elecciones.
Aun cuando, según los grandes opinólogos occidentales, este exiguo 8% sería la expresión de la “toma de conciencia de la clase media", quienes conocen la realidad rusa de cerca se inclinan a considerarlo más bien como el voto protesta de los aspirantes a plutócratas y de quienes aspiran a ser empleados de esos plutócratas en San Petersburgo y en Moscú. En realidad, es el voto de quienes quisieran convertir el dinero en poder político según la eficaz receta de toda la dinerocracia internacional. La misma que toleró a Yeltsin y calló cuando éste hizo cañonear democráticamente el edificio del parlamento ruso con tanques en 1993. A Yeltsin hasta le perdonaron la pequeña “gaffe” de mandar comandos a masacrar 187 legisladores democráticamente elegidos. Boris Yeltsin se podía dar esos lujos. Porque la Rusia de Yeltsin era débil. No molestaba a nadie ni representaba un peligro para nadie. Después de Gorbachov el orgullo nacional ruso naufragó en mares de vodka mientras la URSS se partía en pedazos y la riqueza del país se apilaba en bancos suizos y paraísos fiscales varios. No es ningún milagro que a Gorbachov lo ensalzan solamente fuera de Rusia. En su propio país su nombre es casi una mala palabra.
A la inversa del casi constantemente ebrio Yeltsin, Putin es sólido. Su imagen es fuerte. La Rusia de Putin molesta el libre movimiento de los intereses supranacionales y el desarrollo de los planes estratégicos elaborados para zonas como, por ejemplo, el Medio Oriente. Con Putin no se juega. El hombre sabe lo que quiere y sabe también disponer sus medios para lograrlo. Y si negocia, sabe hasta dónde negociar y cuando llegó el momento de levantarse de la mesa y patear el tablero. Por consiguiente Putin no es democrático.
Putin y la mafia rusa
Para colmo, Putin pateó en su momento el hormigero de la mafia de los cleptócratas y mandó a Siberia al más acaudalado de los mafiosos rusos. Mikhail Khodorkovsky es un sujeto que hubiera sido condenado por cualquier tribunal del mundo. Un democrático jurado norteamericano no hubiera procedido con él con más miramientos que los que tuvo en su momento con Al Capone. Porque Khodorkovsky no solamente estafó al fisco. Le robó a toda Rusia. Luego de ascender por la escalera del aparato burocrático de la era comunista, Khodorkovsky ya era un hiperactivo hombre de negocios durante la glasnost y la perestroika. Después de la desaparición de la URSS, al frente de la compañía Yukos, durante la década de los '90 se hizo inmensamente rico en el proceso de "privatizaciones" que remató a precio vil lo que quedaba de las propiedades del Estado. Y, naturalmente, en medio del fárrago de su intensa actividad empresarial, financiera y política, Khodorkovsky simplemente se "olvidó" de pagar impuestos por el equivalente de miles de millones de dólares.
La cuestión es que Putin lo hizo arrestar, una corte lo juzgó, lo condenaron y terminó en Siberia. En la Argentina, por la misma década y con los mismos procedimientos, unos cuantos hicieron exactamente lo mismo que Khodorkovsky y aquí fuimos tan democráticos que hasta les abrimos el acceso a los cargos públicos. Putin hizo justamente lo contrario. Pero claro, Putin no es democrático.
¿Que el juicio a Khodorkovsky fue un juicio político? ¡Por supuesto que lo fue! Al colocar a Khodorkovsky frente a un juez lo que Putin hizo fue poner ante un tribunal a toda la Rusia de Yeltsin. Y hasta podría decirse que los condenados la sacaron barata. En otras épocas hubieran terminado mucho peor. Una de las frases favoritas de Stalin era: "el problema no son las cosas, el problema son los hombres". Lo cual en la KGB se interpretó siempre como: ". . . pues, si es así, entonces una bala en la nuca y se acabó el problema". Stalin, por supuesto, no fue democrático; solo fue el aliado mimado por las democracias de Churchill y Roosevelt. Putin tampoco será democrático, pero a Khodorkovsky solamente le tocó Siberia, y ni siquiera en un GULAG.
La elección
En las elecciones del domingo 4 de marzo pasado, el casi 64% de los rusos votó por Putin. Hay buenos motivos para no tomar ese porcentaje demasiado en serio. Chechenia y Daguestán hasta excedieron la cuota establecida por Moscú – al igual que en las mejores épocas de la URSS – y los votos por Putin llegaron incluso a superar el 100%. Evidentemente los apparatchiki de aquellos lares tuvieron un concepto algo nebuloso de lo que es la matemática electoral . . .
De todos modos, lo concreto es que Putin hubiera triunfado hasta si en cada circunscripción electoral la custodia de las urnas hubiera estado a cargo de los marines y el recuento de los votos lo hubiera hecho Barack Obama en persona. Los que mejor lo saben son justamente Zhuganov y, sobre todo, Projorov. Probablemente por eso es que los medios occidentales "enterraron" la noticia de la derrota demoliberal y las protestas subsiguientes con notable rapidez. Porque, en todo caso, los trucos utilizados por Putin para "agrandar" su triunfo no serían más objetables que los utilizados en 2000 por George W. Bush en las elecciones de Florida para llegar al poder y llevar la nación a la guerra contra Irak. Pero claro, George W. era democrático y Putin . . . bueno, ya lo dije.
Obviamente, siempre quedará el recurso de tratar de organizar una "primavera rusa" al estilo de la "primavera árabe". Pero en Rusia la CIA, el MI5 y el Mosad no gozan de las simpatías que pueden comprar en el mundo árabe. No es que en Rusia no puedan comprar algunos servicios. Lo que no pueden comprar es simpatías. Cualquier acción de la OTAN o de la ONU en Rusia, aun la de una operación encubierta o de "falsa bandera", pondría automáticamente al 95% del país detrás de Putin. En 2002, después de la crisis de los rehenes del Teatro Dubrovka de Moscú en la que murieron 130 rehenes y todos los miembros del comando checheno responsable por la operación [8], la imagen positiva de Putin subió al 83%. [9]. Algo muy similar ocurrió seis años después con motivo de la guerra de Osetia del Sur en donde los insurgentes creyeron poder conseguir el apoyo de la OTAN y Putin les desbarató los planes demostrándoles lo contrario en menos de una semana.
El futuro
¿Qué hará Putin ahora? Obviamente eso es algo que solamente él sabe; y aun así habría que diferenciar lo que probablemente quiere hacer de lo que efectivamente podrá hacer, dadas las circunstancias. Pero, en teoría y en principio, tiene dos posibilidades.
Una de ellas es hacerle gestos amistosos a la plutocracia occidental y conceder (o al menos prometer) ciertos privilegios económicos a las megafinanzas internacionales. Si hace eso, aparecerá en la primera plana de todos los medios y la jauría periodística cantará loas a su visión de estadista. Si encima de eso mantiene a Medvedev como ministro – al menos por un tiempo – y negocia con la oposición demoliberal, esos mismos medios hablarán de la época dorada de la democracia en Rusia y tendrá el Premio Nobel de la Paz al alcance de la mano.
La otra posibilidad es convencer al espectro opositor – o al menos a la parte más dura y combativa del mismo – de que una Rusia coherentemente vertebrada y fuertemente organizada es la mejor apuesta que todos los rusos pueden hacer. Una cohesión nacional así lograda forzosamente sería percibida como "anti-occidental" por quienes desearían seguir ejerciendo el monopolio del poder en eso que hoy se sigue denominando como "Occidente" y que, como concepto, ya no es ni siquiera geográficamente consistente. Una Rusia así organizaría su propio espacio geopolítico y actuaría desafiando a las potencias actuales con una diplomacia firme. Probablemente desplegaría una buena dosis de agresividad hacia el Sur y el Oeste, practicando simultáneamente la seducción o el compromiso hacia el Este y el Sudeste.
¿Cuál de las dos posibilidades elegirá Putin? Personalmente apostaría a que ambas al mismo tiempo y en dosis variables según las circunstancias. Por un lado Medvedev, o su equipo, podrían seguir jugando un papel más o menos decorativo en la futura política exterior de Rusia. Pero el núcleo duro de Putin son las grandes empresas energéticas y eso que los norteamericanos llaman el "complejo industrial-militar". Un complejo que en Rusia cumple aproximadamente las mismas funciones que en los Estados Unidos. Con dos diferencias importantes:
Una, que el "complejo industrial-militar" ruso en manos de Putin no necesariamente estará siempre y gratuitamente al servicio de Israel como lo está el complejo norteamericano. Si el complejo ruso aceptara eventualmente un papel similar, será porque a Rusia le conviene, el precio lo dictará Moscú, y ese precio no será barato.
Y segunda, que el complejo ruso podría muy bien no competir con su homólogo chino sino complementarse estratégicamente con él y, en ese caso, Rusia tendría la posibilidad de convertirse en el puente entre Europa y China. Al menos entre varios países de la relegada Europa Oriental y China.
De cualquier manera que sea, Putin es una figura interesante y las posibilidades que se le abren son más interesantes todavía.
Lamentablemente para el tándem EE.UU.+Israel, el hombre no es democrático. Aunque si se estudia su biografía y su trayectoria a fondo resulta que tampoco es un político como los demás. Es un estadista,formado en la escuela de política exterior de la KGB, al que lo impulsa la ambición de reconstruir a Rusia.
Y lo que pone histéricos a todos sus enemigos es que, con – o sin – una bala en la nuca de algún contestatario, hasta es muy capaz de lograrlo.
Denes Martos
09/Marzo/2012
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