Por Ricardo Díaz
Este es un tema del cual también creo que es oportuno refrescar algunos conceptos, dado la actual situación en que se encuentra nuestra patria, que a diferencia de la época de don Juan Manuel de Rosas en la que se le hizo frente a las dos potencias mundiales del momento: Inglaterra y Francia, ahora, actualmente, un país africano (Ghana) nos doblega y humilla haciéndonos sentir que no existimos, ni como país, ni como nación, ni como república, ni nada digno de respeto alguno.
¿Qué cosa es la soberanía?
“La esencia del Estado es la soberanía política, que se reconoce y afirma tanto en el pleno señorío sobre todo lo propio, como en una libertad de acción suficiente para asegurar el Bien Común: esto es, el caudal de bienes honestos, deleitables y útiles, que son necesarios para el trato de honor debido a todas y cada uno de los habitantes”. (J.B.Genta)
Como vemos claramente, la soberanía es la esencia del estado, es decir es lo principal en él, es lo más importante. Y como también se ve claramente en la definición anterior, se reconoce en el pleno señorío sobre todo lo propio. Y la finalidad es el Bien Común, es decir, el bienestar general, razón principal de la legitimidad de un gobierno. Una legalidad vacía de toda sustancia ética, no es legitimidad real.
Según la clásica definición de Jean Bodin, recogida en su obra de 1576 “Los seis libros de la República”, soberanía es el «poder absoluto y perpetuo de una República»; y soberano es quien tiene el poder de decisión, de dar leyes sin recibirlas de otro, es decir, aquel que no está sujeto a leyes escritas, pero sí a la ley divina o natural. Pues, según añade Bodin, «si decimos que tiene poder absoluto quien no está sujeto a las leyes, no se hallará en el mundo príncipe soberano, puesto que todos los príncipes de la tierra están sujetos a las leyes de Dios y de la naturaleza y a ciertas leyes humanas comunes a todos los pueblos».
Una nación soberana no puede aceptar que ningún poder externo le dicte lo que debe hacer. Sí así ocurre, automáticamente deja de ser soberana, y, lamentablemente, esta es la situación de nuestra querida Argentina.
En nuestra patria pronto se echó por tierra todo lo realizado por nuestros próceres en sus luchas por la independencia, incluso la modificación del Acta de la Independencia de 1816 por la cual a la frase “Libres de los reyes de España y su metrópolis” se agregó … “y de toda otra dominación extranjera”.
En el período de Don Juan Manuel de Rosas, la soberanía estuvo en lo más alto de su historia, como lo atestigua la batalla de la Vuelta de Obligado, en la cual, a la manera de los 300 espartanos que mantuvieron a raya a toda una flota de guerra persa, aquí se combatió a la flota más poderosa del mundo en ese momento. Los gobiernos actuales no tienen la capacidad o la voluntad política de recuperar, restaurar o reconstruir dicha soberanía nacional.
Mucho se habla en la actualidad de globalización, pero tal vez pocos se dan cuenta de algo que fue muy bien definido por el Dr. Alberto E. Asseff:
“La universalidad deviene de la previa afirmación de la identidad propia. Si no nos asociamos los argentinos en una empresa común, no tendremos títulos que exhibir en una utópica solidaridad universal. Todo principia en y por nosotros. El orgullo argentino nos dará un rostro universal, aunque ello parezca, a primera vista, paradojal”
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